La seducción de una mirada
que te atraviesa en el último vagón de metro.
La perfección de dos cuerpos entrelazados
en cualquier callejón de Madrid.
La suavidad de un beso
que de repente detiene
a Atocha en hora punta.
La calma de saber que esta noche
tu cama no espera vacía.
La sumisión ante el único fuego
que arde pero no quema,
que nace y vive dentro de ti
pero tan sólo se alcanza dentro de él.
La felicidad de que suene Sabina
mientras te coge la mano
y recorréis Gran Vía
a ras del cielo.
La imprudencia de saberte
invencible si está a tu lado;
La duda de si cuando deje de estar
él te habrá vencido.
El interminable placer
de su olor en tu ropa;
la macabra ironía
de no saber si mañana se irá
y no volverás a verle más.
El suicidio de saber
que cualquier beso de despedida
puede ser el último.
El deseo mata,
pero la muerte logra que vivamos con intensidad hasta el final.
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