miércoles, 22 de marzo de 2017



Te siento ahí,
justo ahí.
Siento la distancia cada vez mayor
entre el suelo y yo.

Te observo a lo lejos:
pese a la lejanía confirmo que manifiestas
numerosas cualidades que me encantaría poseer.

De pronto se me ocurre que los extremos encuentran su punto de equilibrio al juntarse.

La admiración que me invade mientras te acercas 
se autoproclama como un sentimiento
que nace de lo más hondo
y lo inunda todo con una apaciguada calma.

Te siento aquí,
justo aquí. 
Prefiero levitar a pisar.

Te miro, de cerca, sin que lo sepas:
como más me gusta.
Disfruto tus gestos, tus lunares, tu forma de ralentizar y acelerar el tiempo a la vez,
me rodea un cómodo silencio. 

Siempre he sentido la necesidad de comprenderlo todo. 
Sin embargo, disfruto no llegando a comprenderte del todo nunca.

Te quiero
y me quiero:
no has venido a rescatarme de nada.
Sigo siendo una niña pequeña que necesita salvarse a sí misma,
con tu ayuda, pero ella sola. 

Gracias, por cuidar mis miedos,
por no tenerles miedo,
por apagar la luz y sacarlos a escena y ridiculizarlos. 

Gracias, por enseñarme a no desistir.
Ahora sé que las mejores personas a menudo sufren las mayores injusticias
pero esto es un mero impulso para crecer;
también que las mejores promesas son las que no se escriben,
ni se dicen,
pero se mantienen constantes bajo la piel.


Te siento en mí,
justo en mí. 
Estallo en mil trocitos que me recorren de arriba abajo
confirmando 
todo en lo que siempre he creído.