Tú
encendiste las velas, pero no las soplaste.
Las encendiste, quemándome suavemente la piel,
y guardas desde entonces su calor.
Tú
entiendes sin ver
lo que otros no entienden con palabras.
No hay explicaciones que valgan
cuando alguien sabe callar y observar.
Tú
me viste por dentro,
sufriste mi tormenta interior,
y no intentaste huir,
no esperaste a que amainara:
sencillamente me enseñaste a encontrar la calma dentro de ella.
Tú
llegaste para enseñarme
que la vida no es dónde ni cómo,
sino con quién.
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